sábado, 16 de julio de 2011

"El Teatro de la Caricia" (fragmento)

Cuentan que cuando apareció el público quedó muy impresionado. Estaba muy viejita,
frágil. La acompañaron hasta un sillón y la ayudaron a sentarse. Ella tomó un poco de
vino y empezó a contar historias. Las recordaba y las volvía a contar sin ningún papel
entre sus arrugadas manos. Los jóvenes que estaban allí presente la miraban
asombrados y silenciosos; la anciana era como una aparición, ¿de dónde vendría?
¿Quién sería? Hoy no importa. Basta con recordar que ella dijo una vez: “todas las
penas pueden ser soportadas si las conviertes en una narración”.
Hay algo extraño en esto de contar historias. Nos entendemos, a nosotros
mismos y a los otros, en función de una buena historia. Y ello vale tanto para un
escritor como para quien no sabe leer ni escribir pero que cada noche, en algún lugar
del mundo, hace un cuento que probablemente escuchó de su abuelo y le agrega o
quita elementos para hacerlo más cercano.
Crecemos a través de narraciones, las primeras que recibimos son bien simples,
“había una vez…”. Luego se van complicando más, se multiplican las tramas, los
personajes, las relaciones, los desenlaces. Pero estructuralmente seguimos anclados en
esta extraña necesidad de contarnos, todo el tiempo, historias.
Empezamos a conversar de esto con Daniele en relación a su visión del clown y
el teatro. Lo que fuimos hilvanando, a fin de cuentas, no es otra cosa que una historia
sobre un contador de historias.
Geraldine Chaplin

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